Solía venir aquí en mis días grises, para que los rayos de sol que penetraban de entre las hojas trataran de calentar mi gélida piel, y con suerte, quizás mi corazón quemado, como si lo hubiésen rociado de ácido.
Hacía tiempo que no venía.
Él había conseguido la armonía de mi delicado equilibrio mental. Me ofreció su hombro para llorar en las noches en las que mis pesadillas del pasado volvían a estar presentes. Pero ahora, aún habiendo prometido que jamás se apartaría de mi lado… lo hizo.
Ha roto el equilibrio. Incluso ha destrozado el poco que tenía de por sí. Estoy vacía, herida, dolida, magullada.
El destimo me había arrebatado aquello que más quería. Lo único que tenía y lo que más apreciaba.
Y los helados brazos de la soledad me vuelven a abrazar… congelándome, hiriéndome… matándome…
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