Estaba claro que no me creías cuando te decía que lo eras todo, que te amaba más que nada…Quizás no te lo dije demasiado claro. Quizás no te lo demostré como debería.
Ojalá hubiera sabido cómo… ojalá hubieras entendido todo lo que decía mi mirada. Ojalá hubieras descifrado el significado de cada sonrisa, de cada silencio… Ojalá hubieras descubierto cada secreto que escondían mis caricias sobre tu piel.
Ojalá no te hubiese fallado nunca…. Ojalá ese ‘para siempre’ hubiese sido realmente para siempre.
Pero está claro que nunca será así, nada es para siempre, nada es eterno, todo se acaba. Tal vez demasiado pronto, pero se acaba.
Las cosas pueden cambiar de un día para otro. Un día te levantas, con una sonrisa en los labios, y al día siguiente, te despiertas igual, pero ves a la otra persona lejos, tomando un camino diferente al tuyo, y sabes que los caminos nunca se volverán a unir.
Solo queda desear que sea feliz, que todo le vaya bien, echarle de menos en silencio entre ácidas lágrimas… y mientras…¿Tú qué harás?
Lo amarás en silencio. Te odiarás por no haber sido capaz de ser la dueña de su felicidad, como un día le prometiste. Y no harás nada. Por que no hay nada que hacer. Solamente esperar. Espererar a que tu corazón, poco a poco, vaya asimilando que se fue, y que nunca más volverá.
Porque ojalá pudiera pasar un solo día más a su lado, y contarle al oído muy bajito, lo que significaba todo aquello que mis labios no decían, pero mi corazón gritaba, y que tú no oías….
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