Llegaré. Me sentaré. Y esperaré su llegada con la esperanza de que todo haya sido una broma de mi subconsciente.
Que una vez más, la cabeza me haya jugado una mala pasada.
Y llegará él. Con su sonrisa. Me recibirá con un abrazo y con un beso... y yo seré esa cría enamorada, feliz, agarrada de la mano de la persona que más quiero.
Y al volver a casa, me iré con una sonrisa en la cabeza al recordar, una vez más, cada instante. Porque quiero que sean sonrisas lo que aparezca en mi rostro al recordarlo, y escuchar cada una de esas canciones que un día hicieron banda sonora de cada momento en su habitación. Sonrisas. Y no estas saladas y ácidas lágrimas que ahora deslizan suaves por mis mejillas. Desembocando en la hendidura de mis labios, donde tengo un millón de besos guardados. Besos con un solo dueño. Él.
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